Sunday, April 22

Stop all the Clocks

Funeral Blues
W. H. Auden

Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.

Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message He is Dead.
Put crepe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.

He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever: I was wrong.

The stars are not wanted now; put out every one,
Pack up the moon and dismantle the sun,
Pour away the ocean and sweep up the wood;
For nothing now can ever come to any good.


I do not generally like poetry but Funeral Blues by Wystan Hugh Auden (1907-1973) is one of all my time favourite poems.
It is the most beautiful, meaningful, truthful poem about death to me. The lines "He was my North, my South..." are incredibly touching. When I first read the poem I was deeply moved. I love it. And the thought of calling nature to withdraw, of packing up the moon and dismantling the sun is both romantic and sorrowful.
I do not know the circunstances behind his writing Funeral Blues but it seems to me that he suffered the loss of his (male) lover -he was homosexual- and wrote such a magnificent poem to express his grief, and he really makes you feel his pain and abandon with every verse.
The final line is a summing line, wrapping up the poem: For nothing now can ever come to any good.

This poem was included in the film four weddings and a Funeral, and when I heard the words of this memorable poem spoken exactly at the appropriate time -at a funeral- by the character of Mattew I thought that this beautiful scene made the film worth seeing. The fact of using it in a film does not diminish the quality of the poem.

Saturday, April 14

Promise


It's Saturday! Damn, what a long, long week! It has been one of those weeks when everything goes wrong and today I feel scared, vulnerable and completely uncertain. After a relaxing holiday week, I thought I'd be feeling on top of the world, ready for anything. I thought I'd be filled with confidence, brimming with enthusiasm and ready to tackle life's problems head on. But I'm not.
I'm having a horrible week. Worst week ever. Feel sorry for me.


But:

One should always...


Learn from the past
Plan for the future
LIVE AT THE MOMENT.

Promise I'll do it.

I am going to cheer myself up and next week will be a new bright one for me. PROMISE.

Wednesday, April 11


La mayoría de nosotros conocimos a esta mujer tras el asesinato del director de cine holandés Theo van Gogh. Ella escribió el guión de la película “Submission: Part I” (Sometimiento) denunciando la situación de postración y sufrimiento de las mujeres bajo el Islam. Unos meses después el cineasta fue acribillado a balazos, degollado y su pecho convertido en tablón de anuncios donde el asesino, un integrista musulmán, clavó con un cuchillo una nota de condena de muerte para Hirsi Ali. Según algunos testigos, Van Gogh llegó a utilizar el sentido común holandés antes de morir ajusticiado y preguntó: ¿Seguro que esto no podemos hablarlo?.

Recientemente esta somalí, apasionada y polémica ha vuelto a ser noticia en España por la publicación de su libro Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutemberg / Círculo de lectores). En él presenta sin tapujos su atribulada vida; sus privaciones y sufrimientos en la infancia, la permanente huída de las guerras que asolan África, las constantes palizas recibidas de su madre, su educación destinada a convertirla en sierva de Alá y de los hombres, su rebelión en la temprana juventud, siendo los libros los que la salvaron de este destino y por último su valentía como ciudadana occidental.

Nació en Mogadiscio (Somalia) el 13 de noviembre de 1969, en una familia islámica de la tribu Darod. Su nombre Ayaan significa “persona afortunada” y su padre Hirsi Magan Isse era un oponente del dictador somalí Mohamed Siad Barre por lo que la familia se vio obligada a abandonar el país huyendo primero a Arabia Saudí, después a Etiopía y finalmente a Kenia donde estudió en un colegio de tradición británica y comenzó a leer novelas occidentales. En estas lecturas Ayaan aprendió que había mujeres independientes, activas, capaces de decidir sobre sus propias vidas y asumir las consecuencias de sus actos, sin la imprescindible tutela masculina que había a su alrededor.

Mujer. Negra. Musulmana. Ayaan Hirsi Ali resume así su vida: “Me crié en África. Vine a Europa en 1992, a la edad de 22 años, y fui elegida diputada por el Parlamento holandés. Hice una película con Theo van Gogh y ahora vivo con guardaespaldas y circulo en coches blindados”. Este es el resumen desde una infancia africana hasta convertirse en afamada diputada y escritora.
Suele decir que el vivir amenazada de muerte es como tener una enfermedad crónica, se pierde el miedo a morir. Piensa que en Occidente la vida se toma como si estuviera garantizada para siempre, en África la muerte siempre ronda. Virus, bacterias, guerras, sequías, inundaciones, hambrunas, soldados y torturadores se la pueden arrebatar a cualquiera en cualquier momento.
Pero incluso amenazada y con guardaespaldas siente que es una privilegiada de estar viva, porque ¿Cuántas mujeres nacidas en Mogadiscio en 1969 siguen vivas’ ¿Y cuántas de ellas tienen voz propia?. Ella sigue viva y libre y es mucho más de lo que pueden decir los millones de mujeres musulmanas que han tenido que rendirse, que son esclavizadas y encerradas en la jaula del Islam. Ella misma recibió una educación islámica ortodoxa y fue una niña más entre las que aprendían a recitar los 99 nombres de Alá, su abuela además le obligaba a memorizar a todos sus ascendientes. “Eres una Magan. Recuérdalo siempre”, le advertía agitando una vara delante de ella. “los apellidos te harán fuerte. Son tu linaje”.

Su abuela atemorizó su infancia, era una mujer iletrada que vivía en la edad del hierro. Hirsi Ali estaba condenada a una vida de sometimiento. A Alá. Al clan. A su padre. A los varones de su familia. Según su abuela, una mujer sola es como un pedazo de grasa de oveja a pleno sol. Acudirá cualquier cosa a comer de esa grasa. También le dijeron que, al igual que las cabras, una chica joven era una presa fácil para un predador y que una violación era mucho peor que la muerte pues manchaba el honor de todos los miembros de la familia.
Así es que se encargaron de coserla para que llegara virgen al matrimonio. Esa barrera sólo la podría romper su marido.
A los cinco años fue sometida al rito de la purificación (así es como llaman a la ablación), en muchos países de África y Oriente Próximo se purifica a las niñas mutilándoles los genitales.

Su severa abuela les decía a Ayaan y a su hermana menor que sus clítoris eran muy largos. Ellas no entendían nada, hasta que les tocó vivirlo.

(Este es el momento más duro de la historia, me va a resultar terriblemente difícil narrar todo este dolor. Me estremezco sólo de pensarlo, pero voy a hacerlo).

Recuerda que llegó un hombre a casa y su abuela se encerró con su hermano, le hicieron algo, no sabía qué pero había sangre y su hermano se quejaba, tenía la cara desencajada y la mirada aterrada. Luego le tocó a ella. El hombre tenía unas tijeras inmensas, su abuela y otras mujeres le sujetaban. Aquel hombre puso la mano sobre su sexo y empezó a pellizcarlo hasta que las tijeras descendieron entre sus piernas y el hombre cortó sus labios interiores y su clítoris. Lo oyó perfectamente. “Clack”. El dolor que experimentó no tiene palabras, no dejaba de aullar, le invadió entera, un dolor imposible de explicar. Después de la mutilación, de notar la sangre correr por las piernas, le cosieron con una aguja sin punta. La aguja pasaba entre sus labios externos hasta sólo dejar la abertura del tamaño de una cerilla. Intentaba defenderse, chillar, protestar y su abuela le repetía que era sólo una vez en la vida, que a partir de ahora estaría limpia.
La pesadilla no acababa nunca hasta que aquel hombre cortó el hilo don sus dientes.
No recuerda más de su dolor pero sí del de su hermana pequeña. Haweya, sus chillidos le helaron la sangre, luchó tanto, intentó zafarse de tal modo, que al hombre se le escapaba de las manos. Le cortó los muslos y las cicatrices las llevó de por vida (desgraciadamente murió tras una violación en Nairobi cuando estaba embarazada)

Hay muchas Ayaan. Muchas Haweya. Miles de niñas mueren durante o después de la ablación, al practicarla con una cuchilla de afeitar o un cristal o a causa de infecciones posteriores. Todas se ven afectadas psicológicamente. Según las Naciones Unidas les ocurre a seis mil niñas cada día en el mundo. Se calcula que existen 135 millones de niñas y mujeres que ya han pasado por esas mutilaciones.
Además de la muerte, esta brutal práctica provoca otras complicaciones que causan inenarrables dolores que pueden llegar a prolongarse toda la vida. El ser virgen es muy importante. Al marido se le exige que abra la herida con su órgano sexual, pero a menudo no es suficiente para desgarrarla, así que tiene que “cortar” con lo que tiene a mano, unas tijeras, un cuchillo o un cristal. Si es civilizado, lleva a la mujer al hospital para que le operen.

Más tarde decidió escapar de un matrimonio concertado con un hombre al que no conocía y pudo huir a Holanda donde empezó a vivir como una mujer libre. Con una paga que le dieron como refugiada se compró unos pantalones y se despojó de su larga y púdica falda. Cuando probó una bicicleta y se cayó, se sintió libre.

Empezó a romper con el Islam, sobre todo a partir del 11-S. Más tarde leyó El Manifiesto Ateo, pero antes de llegar a la cuarta página sabía que había echado a Dios de su vida, se había vuelto atea. Lo descubrió definitivamente en Grecia, de vacaciones. Se miró en el espejo y dijo muy despacio en somalí: “No creo en Dios”. Y se sintió bien, no experimentó ningún dolor, sino una gran claridad, desapareció el miedo al infierno y a la sexualidad. En el Islam todo gira alrededor de lo que es pecado, de la culpabilidad. En Holanda descubrió que “si cruzaba las barreras”, si desoía la palabra del profeta, no iba a ocurrir una catástrofe, los edificios no se iban a derrumbar a su paso. Cuando se atrevió a anunciar públicamente que había perdido su fe y comenzó a criticar el trato dado por el Islam a las mujeres, empezó a recibir graves amenazas.

Esta mujer me ha hecho reflexionar, replantearme ciertas ideas, a valorar a otras culturas o religiones de un modo más crítico sin temor a ser tachada de racista. No se puede admitir ni permitir en nombre de la tolerancia con otras culturas o religiones comportamientos contrarios a cualquier respeto a los derechos humanos y a los valores occidentales.
Hirsi Ali no acepta la “Alianza de Civilizaciones”, se pregunta: ¿ Es civilizado provocar un sufrimiento intolerable a las mujeres? ¿Es civilización violar los derechos humanos haciendo de las esposas, las hijas, una propiedad? ¿Es civilización la corrupción moral de los países islámicos?

No voy a añadir nada más sobre esta valiente mujer. Si podéis, leed sus memorias y también Yo acuso donde recoge su denuncia del Islam y de la situación de las mujeres musulmanas. mujer tras el asesinato del director de cine

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